viernes, 26 de febrero de 2010

8. El oro del Sol

- Hola, Robert.
- Hola, Robert. Te he dicho mil veces que no nos llamemos Robert el uno al otro.
Ya sé que tú te llamas Robert Wilhem Bunsen y yo soy Gustav Robert Kirchhoff, pero nos vamos a hacer un lío si nos llamamos Robert el uno al otro. Así que yo llamaré Bunsen y tú me llamas a mí Kirchhoff, ¿vale?
- Sí, ya lo sé, Kirchhoff. Me lo has dicho mil veces. Sólo lo hacía para hacerte rabiar. Oye, por cierto, ¿has visto mi mechero? Siempre lo pierdo.
- Sí, lo he usado yo esta mañana para quemar unas cosas.
- Hablando de quemar... ¿Te has asomado a la ventana hoy?
- No, estaba concentrado acabando nuestro experimento con el espectrógrafo. Estoy quemando elementos y analizando la luz que emiten. Ya casi he terminado.
- Pues hay un gran incendio en la ciudad. Míralo.
-¡Uau! Cuánto humo.
-Sí y las llamas... ¡qué color más raro tienen!
-¡Ostras! Se parecen a... ¡Qué te apuestas que soy capaz de decirte qué es lo que se está quemando.
-¡Venga ya!
-Sí, sí... Precisamente esta mañana he estado quemando sodio y el color de las llamas que ví se parecen mucho a estas. ¿Qué te parece si hacemos pasar la luz de las llamas del incencio por el espectrógrafo y comparamos su espectro con el que obtuve yo esta mañana. Estoy convencido de que tengo razón.


Así me imagino que debió ir más o menos la conversación aquel dia del siglo XIX en el que Kirchhoff y Bunsen descubrieron que se podía saber la composición de las cosas analizando la luz que emitían mediante el espectrógrafo. Efectivamente, lo que aquel dia quemaba era una fábrica de salazones y la sal está compuesta de sodio y cloro. Así que Kirchhoff ganó la apuesta.

Una versión sencilla de un espectrógrafo es simplemente un prisma de vidrio que descompone la luz blanca en los colores de los que está compuesta.

 
La portada del disco ’Dark side of the Moon’ de Pink Floyd muestra cómo un vidrio 
con forma de prisma puede separar la luz blanca en los colores de los que se compone.


Pues bien, el sodio, igual que los otros elementos de la tabla periódica, resulta que cuando quema no emite todos los colores del arco iris sino unos colores nada más. El resto del arco iris se vé oscuro en el espectro. El conjunto de colores que emite cada elemento son como sus huellas dactilares. Cada elemento emite su propia combinación de colores.

El propio Kirchhoff tuvo la idea de llevar su experimento más allá. Si había sido capaz de saber qué estaba quemando en la fábrica de la otra punta de la ciudad, también debía ser capaz de saber de qué está compuesto el Sol analizando su luz, ¿no?

Y efectivamente, Kirchhoff fue el primero en identificar la composición del Sol, que está básicamente compuesto de hidrógeno y helio. Posteriormente el mismo método se aplicó también para saber la composición de las estrellas, aún más lejanas que el Sol, viendo que se componen básicamente de los mismos elementos.

 
Al espectro del Sol le faltan unos colores. Son los que han absorbido los 
gases de su atmósfera (básicamente hidrógeno y helio).

Y además es curioso que estos elementos sean elementos que también se encuentran en la Tierra. Es decir. El cielo no está hecho de materiales extraños que nosotros, los mortales, no podemos entender, sino que las estrellas estan hechas del hidrógeno y el helio con el que juegan los niños con sus globos con forma de Piolín o Rayo McQueen.

Es decir, que nuevamente sin necesidad de movernos de nuestra ciudad podemos
llegar a saber cosas sobre el Universo que quizás nunca lleguemos a ver in situ pero que podemos saber, por ejemplo, que se compone de los mismos elementos que hay quemándose en las fábricas en nuestra ciudad.

Desde nuestro rincón del Universo también es posible saber la temperatura de las estrellas. En el espacio no hay aire. Las estrellas estan “envasadas al vacío" y todo el mundo sabe (bueno, todos excepto George Lucas) que en el vacío no puede haber explosiones ni combustión, porque para ello se necesita oxígeno. Así que las estrellas no brillan porque estén quemando nada, sino simplemente por estar a una temperatura muy alta. Sí, de igual modo que cuando calentamos mucho un metal, éste empieza a ponerse rojo y a brillar más y más cuanta más temperatura alcanza, las estrellas también brillan por el hecho de estar tan calientes (la superfície del Sol, por ejemplo, está a unos 6000 grados de temperatura).


 
La lava que sale de los volcanes está tan caliente que emite luz propia. 
De igual manera, el Sol emite luz.


Y el color también cambia con la temperatura. A medida que un cuerpo se va calentando primero se vuelve rojo, pero con más temperatura va recorriendo todos los colores del arco iris. Se vuelve amarillento, azulado y violeta. Si os fijáis bien, las estrellas del cielo tienen colores ligeramente distintos. Hay algunas más rojizas y otras más azuladas. Sólo con eso ya podéis quedar bien con vuestros amigos y un día que vayáis a ver las estrellas les podéis decir que aquella estrella azul del cielo tiene que estar más caliente que la roja que se vé allí.

El ser humano también brilla por el hecho de estar a 37 grados de temperatura.
Nosotros emitimos luz. Pero como nuestra temperatura es tan pequeña (comparada con la de las estrellas) emitimos luz infrarroja, es decir, calor. Por eso el extraterrestre de ’Predator’ es capaz de encontrarnos en el bosque detrás de las ramas, porque somos bombillas infrarrojas y le estamos marcando el camino.


Pero volvamos a ver cómo le va a la bombilla humana llamada Kirchhoff:

- Buenas.
- Hola, Mr. Kirchhoff. Encantado de verle de nuevo. Entre a mi despacho, entre.
- Yo también me alegro de verle.
- ¿A qué debo su visita?
- Necesitaría extraer unos cuantos marcos de su banco para pagar unos asuntillos.
- Claro, claro. Ahora se lo arreglo. Por cierto, que he leído en la prensa que ha conseguido averiguar de qué está hecho el Sol.
- Pues sí. Se trata de...
- No sé para qué pierde el tiempo con eso... A ver... Imagínese que encuentra oro en el Sol. ¿De qué serviría saberlo si no podemos ir allí y traernoslo a la Tierra.
- Bueno. . .
- Nada, nada. Le digo yo que es una pérdida de tiempo. Así... ¿cuantos marcos terrestres necesita?


¡Vaya! Kirchhoff no supo muy bien qué contestar a eso. Aunque cuenta la leyenda que cuando, un tiempo después, a Kirchhoff le otorgaron una medalla de oro y un saco de monedas en reconocimiento de sus descubrimientos, lo primero que hizo Kirchhoff fue pasárselo al ”simpático” banquero con una nota que decía "Aquí tiene usted el oro del Sol’.

viernes, 19 de febrero de 2010

7. ¿Y eso cómo lo saben?

No me creo a los astrónomos. ¡Ellos qué sabrán! Pero si están hablando de cosas que nadie ha comprobado. ¡Eso son teorías! A ver... ¡cómo van a saber a qué distancia están las estrellas? ¡Y hasta se atreven a decirme la temperatura! ¿Acaso ha ido alguien con un termómetro para ver que eso es así?

Así que me puse a indagar por qué dicen los astrónomos que saben todas esas cosas. Es lo bueno de la ciencia, que se construye poco a poco, sin prisas, y todo en base a experimentos que se pueden repetir. Así que no me tengo que fiar de lo que diga un astrónomo griego, sino que si le quiero buscar las cosquillas puedo repetir el mismo experimento y ver si tiene razón.

Y tras tanto indagar, resulta que la respuesta no es que estuviera todo el tiempo delante de mis ojos, sino que estaba en mis mismos ojos. ¿Os habéis preguntado alguna vez para qué tenemos dos ojos? Mi madre me repetía esa pregunta varias veces al día (sobretodo cuando me tropezaba en casa con algún jarrón y lo rompía ¿Para qué tienes dos ojos en la cara?, me decía con un enfado mal contenido). La respuesta es que tenemos dos ojos para ver en tres dimensiones. Es decir, si sólo tuviéramos un ojo veríamos el mundo como si fuéramos una cámara de fotos, sin sensación de profundidad. Todos los objetos creeríamos que están a la misma distancia de nosotros, como si de una foto se tratase. Pero con dos ojos cada uno ve los objetos desde un ángulo distinto y ligeramente distintos en función de la distancia a la que estén. Es el típico juego de ver el dedo de tu mano a diferentes distancias de tus ojos cerrando un ojo cada vez. Cuanto más cerca esté el dedo veremos que con cada ojo lo vemos en una posición diferente. Parece que se mueve. Se proyecta contra los objetos de fondo de forma distinta. Y cuanto más lejos, menos parece moverse el dedo. Es un efecto curioso (aunque advierto que este juego es sólo medianamente interesante si tienes que esperar durante mucho tiempo y no hay otra cosa mejor que hacer). Así pues, mi madre tenía razón. Para saber a qué distancia estaba el jarrón debía mirarlo con los dos ojos y así quizás no lo hubiera tirado porque habría sabido a qué distancia estaba de mí.

A mí esto de las tres dimensiones siempre me ha gustado mucho, así que cuando me enteré que se podían crear imágenes 3D con una simple foto y un programa de edición de imágenes me puse a ello. Se trata de hacer de la foto original otra ligeramente diferente, tal y como la verías con el otro ojo. Para eso lo único que hay que hacer es mover el objeto que quieres que esté más cerca en la fotografía. Una vez tienes las dos imágenes, una por cada ojo, la pones una junto a la otra y bizqueas los ojos hasta juntarlas. La imagen que resulta es la que verías con los dos ojos a la vez. El objeto que hayas movido creerás que está más cerca del resto.

Bizqueando tus ojos verás como las dos imágenes se juntan en una sola. 
Trata de enfocarla y verás una imagen en tres dimensiones.

Bueno, pues los astrónomos griegos parece que sí tenían ojos en la cara y se dieron cuenta de que si medían lo que un objeto se movía respecto a los objetos más lejanos cuando se miraba desde dos sitios distintos, podían decir a qué distancia estaba sin necesidad de recorrer el camino hasta este objeto con una regla en mano. Cuanto más se mueva respecto a los objetos del fondo, más cerca está. Y a este método, en vez de llamarlo El genial método para saber a qué distancia están las estrellas, ellos pensaron que era mejor llamarlo Trigonometría y enseñarlo de forma aburrida en los colegios de todo el mundo.

El genial método para saber a qué distancia están las estrellas es el que ha servido para saber la distancia a la Luna, el Sol, Marte, . . . y por supuesto a las estrellas. Aunque el método no sólo sirve para medir distancias. Gracias a la trigonometría también se pudo comprobar por ejemplo que la Tierra era redonda y calcular su radio. No está mal para algo tan aburrido sacado de la clase de mates.

Podría ahora explicaros el método para saber que la Tierra es redonda, pero no podría explicarlo de forma más clara que como me lo explicó a mí Carl Sagan en Cosmos. Así que no os voy a negar el privilegio de ver el primer capítulo de Cosmos: En la orilla del océano cósmico para saber cómo se puede determinar el radio de la Tierra. Baste decir que se trata simplemente de medir la sombra de un obelisco desde dos puntos diferentes de la Tierra a la misma hora y ver cómo son de diferentes entre sí. La diferencia de longitud de las sombras nos dará pistas de cómo de abombada está la Tierra y podremos estimar su radio.
Un montón de gente que, como yo, no creía que la Tierra era redonda, se puso a calcular otra vez el radio de la Tierra en el Año Internacional de la Astronomía, 2009. Y gracias a los alumnos de un total de 639 institutos de secundaria pudimos medir otra vez el radio de la Tierra y el resultado fue que la Tierra es redonda (sí, sí, redonda) y que tiene un radio de alrededor de 6500 km. ¡Pues vaya! La Tierra es redonda y en cambio yo la veo plana. Si me tuviera que fiar de mis sentidos...

Como decía, para medir distancias sólo tenemos que ver un objeto desde dos puntos de vista diferentes y ver cómo se desplaza respecto al fondo. Para determinar el radio de la Tierra, veíamos cómo cambiaba la sombra desde dos sitios de la Tierra. Pues bien, para medir la distancia a la Luna podemos observar cómo se ve desde dos puntos de la Tierra diferentes y así saber la distancia.

Desde distintos puntos de la Tierra la Luna se ve en el mismo momento a diferentes alturas del horizonte. 
Esto nos sirve para poder calcular la distancia a la Luna utilizando la trigonometría si sabemos 
la latitud de los dos observadores y el Radio de la Tierra.


Pero si aquello a lo que queremos saber la distancia está muy lejos, ya no bastará con cerrar un ojo y luego otro, sino que nos tendremos que movernos nosotros para apreciar cómo el objeto se mueve. De igual manera, para saber las distancias a las estrellas, al estar más lejos, ya no es suficiente con mirarla desde dos puntos distintos de la Tierra, sino que deberemos esperar unos meses para darle tiempo a la Tierra a que se haya movido lo suficiente alrededor del Sol para apreciar el movimiento de la estrella en cuestión. Así se puede saber la distancia a las estrellas.


Para medir la distancia a las estrellas debemos observarla con medio año de
diferencia para ver cómo se mueve respecto a las estrellas más lejanas.

Ya lo véis. Midiendo la sombra de un palo podemos saber el radio de la Tierra. Sabiendo el radio de la Tierra podemos saber la distancia a la Luna. Y así seguimos hasta saber las distancias a los planetas del sistema solar, al mismo Sol y a las estrellas. Conociendo cosas cercana podemos llegar a saber como son las cosas lejanas.

Además, está bien tener la tranquilidad de que aquello que la ciencia nos dice se puede comprobar, incluso 2300 años después de hacerlo por primera vez un tal Eratóstenes en Alejandría. De esta forma, cada nuevo astrónomo no tiene que empezar de cero demostrándolo todo otra vez. Nos podemos fiar de lo que nos dijeron los científicos anteriores (igual que yo no he tenido que repetir lo que Carl Sagan ya explicó en su momento) y avanzar entre todos hacia un conocimiento del Cosmos que una persona no puede alcanzar ella sola en lo que dura su vida. Es a lo que se refería Newton cuando dijo que lo suyo no tenía mérito, porque si pudo mirar más lejos que los antiguos astrónomos era sólo porque él estaba mirando subido a hombros de gigante, el mismo gigante que empezaron a alimentar, desde pequeñito, los antiguos astrónomos para que pudiera crecer y ser grande (gigante debería decir). Pero si en algún momento no te fías (que haces bien), repite el experimento y convéncete tú mismo. Ése es el espíritu científico.

viernes, 12 de febrero de 2010

6. A ver si me sitúo...

El cielo ante mí (sobre mí). Un cúmulo de puntos que parecen brillar al ritmo del
cantar de los grillos. Confieso que me costó tiempo convencerme de que el parpadeo de las estrellas no estaba relacionado con el sonido de los grillos. ¡Vamos, pero si aparecen y desaparecen al ritmo del cri-cri !

Las estrellas no parpadean debido al cantar de los grillos, sino debido al aire de nuestra atmósfera. Es decir, las estrellas no cambian su brillo intrínseco (al menos no tanto en tan poco tiempo) sino que cuando su luz llega a la atmósfera de la Tierra ésta se desvía de forma diferente según la cantidad de aire que haya entre la estrella y nosotros. Como la atmósfera no está quieta, sino
que hay vientos que mueven el aire de un lugar a otro, no vemos las estrellas siempre igual, sino que parpadean. ¡Vaya, cómo si las viéramos mientras buceamos en el mar! Las estrellas no pararían de bailar según las olas las hagan aparecer y desaparecer.
Esto pasa porque las estrellas son puntuales. En el caso de los planetas, como
Júpiter, Saturno, Marte, etc., al estar más cerca de nosotros que las estrellas, los vemos más grandes. Ya no son simples puntos en el cielo sino manchurrones circulares. Así, aunque alguno de los rayos de luz de la superfície del planeta se desvíe, aún nos sigue llegando luz de algún otro punto del planeta y siempre lo seguimos viendo. No parpadea.

 
 Los planetas, al ser objetos extensos no parpadean de forma 
tan evidente como las estrellas, de aspecto puntual.


Entonces pues, es fácil reconocer los planetas. Son aquellos puntos gordos en el
cielo que no parpadean tanto. Bueno, y además los planetas también se reconocen fácilmente si los vamos observando noche tras noche. Planeta significa estrella errante en griego precisamente porque al observarlos noche tras noche son puntos que se mueven en relación con las otras estrellas. ¡Ostras! ¿Puede tener alguien tanta memoria como para acordarse de cómo estaban las estrellas ayer y saber que uno de esos puntitos se ha movido? ¡¡Uau!! ¡Vaya coco tienen los astrónomos, macho!

Por regla general, siempre que penséis que un astrónomo tiene mucho coco es que la cosa tiene truco. El truco en esta ocasión se llama Constelación. Una constelación es un grupito de estrellas que a los astrónomos (de forma más o menos imaginativa) nos recuerda a alguna cosa. El problema es que los astrónomos griegos que se encargardor de poner los nombres a las constelaciones tenían una imaginación un tanto extraña. Fijaos en la siguiente constelación.

 
¡Casiopea, muchacha, a ver si comes un poquito que estas muy delgaducha!

Yo sólo veo una W o una M, pero los griegos antiguos veían una mujer llamada Casiopea. Pues resulta que la tal Casiopea creía que era muy guapa, mucho más que las hijas de Poseidón y por ser tan vanidosa, éste envió un monstruo marino a matar a su hija Andrómeda. ¡Vaya. toda una teleserie que tenían montados los griegos con sus dioses!

Supongo que en la actualidad cogeríamos nuestros personajes favoritos de la tele para representar las estrellas. Estaría bien tener una constelación llamada Constelación Homer, ¿No? Aunque no me extrañaria que algún astrónomo la quisiera llamar la constelación del gorila, o algo así.




Une los puntos... ¡La constelación Homer!


En fin, que para acordarnos de dónde están las cosas, los astrónomos hacemos
dibujos en el cielo como si fuéramos niños pequeños y así podemos encontrar lo que buscamos con más facilidad. Por lo tanto, que no os engañen: Las constelaciones nos las hemos inventado los hombres. No hay nada que ligue físicamente una estrella con la otra. Ni siquiera están cercanas unas con otras. Cuando decimos, por ejemplo, que el Sol está en la constelación de Leo simplemente estamos diciendo que ha entrado en el dibujo que nosotros, desde nuestra perspectiva terrestre y con la imaginación de unos griegos ociosos, hemos decidido asignarle la dudosa forma de un León.

O sea, que los planetas se mueven con respecto a los dibujos de las constelaciones y por eso son ’estrellas errantes’. Aunque no todas las estrellas errantes son planetas. También los asteroides y los cometas se mueven. Los asteroides tienen aspecto puntual, como una estrella. En cambio los cometas tienen una cola o un aspecto más o menos difuso.

Cuando digo que se mueven hablo que se puede apreciar de un día para otro. O de una semana a otra. No digo que lo estés mirando y veas que se mueve. En ese caso lo que estás viendo es seguramente un OVNI. Sí, sí, un OVNI de orígen extraterrestre, claro. No hay nada que haya construído el hombre que vuele por el cielo. Tienen que ser de extraterrestres seguro... ¿O no? Bueeeno, vale. Seguramente si se mueve mucho un punto brillante en el cielo es mucho más probable que sea un avión, un helicóptero o un satélite artificial que una nave extraterrestre que viene a dejarnos un supertraje para que seamos héroes.

Los cometas no es lo único en el cielo con aspecto difuso. Las estrellas que vemos son todas de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Pero también vemos otras galaxias y tienen aspecto de manchurrón en el cielo. En el cielo del hemisferio sur incluso podemos ver las Nubes de Magallanes, galaxias muy cercanas a la nuestra que vemos como si fueran nubes en el cielo. También hay nebulosas que pertenecen a nuestra propia Galaxia. Son regiones de formación de estrellas, donde el gas entre las estrellas aún está libre.

Muy bien, creo que ya estamos más o menos preparados para identificar lo que
vemos en el cielo y empezar a disfrutar.

viernes, 5 de febrero de 2010

5. ¿Y me hago llamar astrónomo?

Aunque no os lo creáis la semana pasada recibí primer telescopio. ¡Todo un doctor en astronomía y aún no me había comprado ningún telescopio en mi vida! ¿Y me hago llamar astrónomo?

Bueno, eso no quiere decir que no haya observado nunca por un telescopio, sino simplemente que he observado con telescopios que no eran míos. Si alguno de vosotros quiere mirar por un telescopio y no quiere comprarse uno, lo tiene muy fácil. Con ir a la agrupación astronómica más cercana seguro que se encuentra con un montón de gente amable que organiza excursiones nocturnas al campo para mirar las estrellas, y además tienen telescopio.

Finalmente me he decidido y me he comprado un telescopio. Pero para colmo resulta que tan sólo tiene 5 cm de diámetro. Se trata de un galileoscopio, un telescopio creado con motivo del año internacional de la astronomía, 2009, simulando el telescopio que utilizó Galileo Galilei por primera vez para observar los satélites de Júpiter, la Luna, . . . ¡Y tan sólo cuesta 30$! Es una muy buena iniciativa para que todo aquel que quiera hacer astronomía no ponga como excusa el precio de los telescopios para no tener uno en casa (como hice yo).

Imagen del Galileoscopio

El momento de recibir mi galileoscopio me hizo recordar la época en la que decidí ser astrónomo. ¡Qué ilusión! Eso reconforta. Si después de tanto tiempo aún puedo sentir eso con la astronomía, quiere decir que no me he equivocado de profesión.

El galileoscopio lo tienes que montar tú mismo siguiendo unas instrucciones en inglés como si fuera un mueble de Ikea. Es divertido y además aprovechas para ver por dentro las partes de las que se compone tu telescopio.

Un amigo mío se pidió otro igual que yo y cuando lo montó se dio cuenta que un telescopio astronómico invierte la imagen (lo de arriba lo ves abajo y viceversa). Al observar estrellas esto no importa, pero si pretendes usar tu telescopio para espiar a la vecinita te puedes sentir estafado al darte cuenta tarde que se ve cabezabajo (¡Y encima verla boca abajo no sirve para que se le caiga la faldita por estar al revés, puesto que la gravedad sigue siendo la que es!).

Básicamente un telescopio refractor, como el de Galileo, consiste en dos juegos de lentes. Uno grande (objetivo) y otro más pequeño donde pones el ojo (ocular). La distancia entre las dos lentes se varía hasta que la imagen se ve enfocada.

El telescopio concentra luz al pasar por el objetivo y el ocular en dirección al ojo

Cuando os he dicho que mi telescopio era de tan sólo 5 cm de diámetro muchos os habréis quedado igual. Al contrario de lo que mucha gente piensa, lo importante en un telescopio no son los aumentos (que esto viene dado por cómo son las lentes de las que hablábamos) sino por el diámetro. Un telescopio es un instrumento que capta toda la luz que le entra y la concentra en el ojo (os podéis imaginar, pues, lo que pasa si en vez de ver las débiles estrellas de la noche miramos al brillante Sol del dia. NUNCA miréis al Sol por un telescopio sin la protección adecuada). Cuanto más diámetro tenga mi telescopio, más luz de las estrellas llega a mi ojo y, de esta forma, se pueden ver cosas más y más débiles. Es decir veo más estrellas que a simple vista y más brillantes.

Las estrellas son puntitos. Por muchos aumentos que tenga mi telescopio seguiré viendo las estrellas como puntos con la diferencia que cada vez veré menos estrellas a su alrededor porque estoy aislando la estrella más y más al tener más aumentos. Y además lo que también veo aumentados son los efectos de turbulencia de la atmósfera terrestre, por lo que dejo de ver una imagen nítida para verla borrosa y fluctuante. Para aumentar o disminuir los aumentos de un telescopio sólo tenemos que cambiar las lentes de las que se compone. Es más fácil cambiar la lente pequeña (el ocular), así que un telescopio suele tener varios oculares diferentes para cambiar los aumentos sin cambiar la cantidad de luz que recibe.

Lo primero que comprobé al montar mi pequeño telescopio es que necesitaba algo donde apoyarlo de forma estable para poder apuntar en condiciones. Al intentarlo sin apoyo vi como las estrellas que quería observar iban pasando por la imagen del telescopio pero que se iban en seguida porque yo no tenía el pulso suficiente. Así que tan importante como el telescopio es tener un buen punto de apoyo. Un trípode, una montura. Una vez apoyado y estable el siguiente paso es apuntar correctamente. El Galileoscopio que me compré tiene una simple mirilla, como si de una escopeta se tratara. Otros telescopios más grandes tienen un pequeño telescopio acoplado al grande (el buscador) sin tantos aumentos, para saber situar el objeto que queremos observar con más facilidad y una vez centrado en el buscador mirar por el ocular.
Cuando era profesor de astronomía observacional, la pregunta estrella era ”¿Y cuánto vale un telescopio?”. Pues ya véis que a mi me costó lo mismo que un perfume (sí, el año pasado mi mujer se quedó sin el perfume de cada Navidad para que yo pudiera comprarme el dichoso Galileoscopio). Y lo cierto es que la relación calidad-precio es casi infinita. Estoy deseoso de poder ver la Luna esta noche otra vez.

He hablado todo el tiempo de un telescopio como un conjunto de lentes, pero de hecho los telescopios más comunes hoy en día son los telescopios compuestos de espejos (ideados por Newton), no lentes, ya que ocupan menos. Ya véis que estamos hablando de Galileo y Newton, no de astrónomos desconocidos llamados Juanito y Jorgito. La creación de un instrumento para ver mejor las estrellas necesitaba buenas dosis de ingenio e inteligencia y no es de extrañar que fueran verdaderos genios los que se encargaran de acercarnos las estrellas a nuestros ojos.